Maximiliano notó al otro peatón al doblar en una esquina. En una zona lejana del cielo nocturno se estaba formando una tormenta, y un viento cargado de humedad recorría aquella calle desolada.
Sucesivas inundaciones habían alejado a la gente de allí, y las viviendas se hallaban vacías y estragadas.
Maximiliano pensó que había tomado una mala decisión al cortar por esa zona, pero igual siguió.
El otro peatón iba detrás de él. Cuando el desconocido apuró el paso para alcanzarlo, Maximiliano se volvió rápidamente.
- Hola -lo saludó el tipo, sonriendo-. Disculpe, señor, ¿tiene hora?
- Son las dos y media -le contestó, acercando el reloj a su cara, para no perder de vista las manos del otro.
- Gracias.
El desconocido no tenía apariencia de ser un malviviente. Maximiliano lo evaluó con la mirada. El tipo parecía ser un debilucho de carácter tímido. Maximiliano intuyó que aquel joven quería alcanzarlo para no atravesar aquella zona solo. Por eso le dirigió otras palabras mientras avanzaba nuevamente, como invitándolo a que lo acompañara:
- Creo que anunciaron lluvia, y por este vientito parece que no le erraron.
- Cierto. El aire está enrarecido, debe ser la humedad, y en esta parte de la ciudad la sensación parece más fea. No sabía que esta parte estaba tan así, tan abandonada; es como un barrio fantasma.
- Es un barrio fantasma -afirmó Maximiliano-, y seguramente dentro de esas casas andan algunos.
- ¿Usted ha visto alguno hoy? -preguntó el muchacho, y miró hacia varias casas.
- No. Dije eso en broma.
- ¿No cree en fantasmas?
- No, francamente no.
- Yo estoy empezando a creer, porque hasta la esquina sentía que me seguían, pero no había nadie. Ahora esa sensación se fue, creo.
- La apariencia del lugar lo habrá sugestionado.
- Puede ser. Espero que fuera eso -y echó otra mirada en derredor mientras caminaba.
Siguieron juntos unas cuadras. Maximiliano doblaba en la próxima esquina, y al llegar a ella se despidió de su casual compañero de caminata:
- Aquí doblo yo. Que le vaya bien, joven. Adiós.
- ¿Dobla aquí…? Bueno, que le vaya bien, señor -dijo el joven, evidentemente sorprendido, y sin ganas de seguir solo.
A Maximiliano le dio algo de pena: “Pobre tipo. Tiene miedo”, pensó. Cuando se había separado unos pasos, volteó, y vio que detrás del otro se deslizaba la aparición de una niña toda blanca. En ese mismo momento la aparición giró la cabeza hacia él, luego desapareció.
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